Populismos, de FERNANDO VALLESPIN y MARIAM MARTINEZ-BASCUÑAN. Ensayo y reflexión sobre la obra y el movimiento político del que habla

¡Hola, lectores, lectoras!
En primer lugar, me gustaría desearos feliz año. Sé que no actualizo el blog todo lo que me gustaría ni mucho menos con la información que me gustaría dar, que muchas veces el contenido puede pecar de pobre. Sin embargo, hoy os traigo algo diferente Y es que, en cierta asignatura de la universidad surgió hacer un ensayo sobre una obra de varias propuestas. Así que se me ocurrió hacer un ensayo de un ensayo, aprovechando que el tema populismos me parece muy atractivo y, hoy por hoy, uno de los más importantes de entender. Así pues, analizo y resumo en este ensayo lo que estos dos autores nos cuentan después de años de investigación y documentación.

Resulta curioso ver el avance vertiginoso de la sociedad y de la política, pues cuando se publicó este libro, en 2017, todavía no había aparecido Vox como aquel que dice y en Brasil ni siquiera se esperaba la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro. Nada mejor que analizar el pasado, la historia, para entender el presente y evitarlo en el futuro.


Es conveniente, por último, explicar como está estructurado el texto. La primera parte, la del análisis, es sin más unr resumen del libro. La segunda es mi opinión a partir de lo leído y un análisis más personal, sin citar al libro ni parafrasearlo.

Populismos, de FERNANDO VALLESPIN y MARIAM MARTINEZ-BASCUÑAN

Sinopsis:

Un espectro recorre las democracias. La vida política de los últimos años ha estado marcada por una nueva polarización entre los partidos representativos del» sistema» de la democracia liberal y un populismo que es presentado como los nuevos bárbaros» ad-portas”. Lo cierto es que el populismo no es nuevo ni tiene una acepción clara; de hecho, ni siquiera es propiamente una ideología. Pero ahí está, instituyéndose en uno de los polos en la lucha por la hegemonía política del presente, porque lo único que no ofrece dudas es su desafío a la forma de hacer política que nos acompañaba desde la posguerra. Y ello cuando desde hacía un tiempo ya se había detectado en las democracias occidentales un divorcio creciente entre gobernantes y ciudadanos,» fatiga civil”, la falta de alternativas reales… El presente libro aborda el populismo examinando sus características y variedades, las condiciones y afectos que lo alimentan, y las experiencias más importantes de los últimos años en Estados Unidos, Francia, España…

 

 

 

Análisis

Es, entonces, complicado de definir, teniendo en cuenta que no todo lo que lo parece lo es. Si nos ponemos estrictos, cualquier alago al pueblo “populachero” no es populista, aunque algunos lo llamen así, y sobre todo se da en épocas de campaña electoral.

Podemos entender este auge cuando para el Estado sus miembros pasan a ser ciudadanos con derecho, cuando impera la sensación de que el Estado no gobierna para personas de carne y hueso, que simplemente va a remolque de su tiempo resolviendo necesidades, problemas que no ha generado él. Es la sensación de que el sistema, el Estado, no gobierna para la gente, sino que en muchas ocasiones está por encima de ella y la confronta. La causa de los problemas para los populistas no es el sistema propiamente dicho, sino los elementos externos que le afectan y lo corrompen. De una forma reduccionista, el problema no es la democracia liberal, sino el capital para la izquierda y la inmigración para el nuevo populismo de derechas xenófobo.

Nos encontramos entonces con el dilema cultural. En buena medida, y como ya vino a demostrar Fukuyama en el primer análisis político tras la guerra fría, ya hemos encontrado modelo político, económico y de transmisión de la información sin alternativa viable a la vista mediante el que regir nuestras sociedades, aunque tenga derivaciones como las democracias iliberales o el totalitarismo desarrollista de China. El dilema ya no es enfrentar democracia parlamentaria con dictaduras, capitalismo contra comunismo, sino hacer convivir a las civilizaciones, lo que puso de manifiesto el 11S.

El populismo trata de destacar su cultura con respecto al resto. Es reacio a todo lo que huela a progreso, multiculturalidad o universalismo, así como a lo progresista. Se ha pasado de un occidente cuya cultura no hacía falta proteger, a un occidente cuya cultura es una más a la que también hay que proteger. El decadentismo, que tiene a bien llamar el autor traduciéndolo de forma casi literal, implica la forma de hacer política de algunos populismos de derecha que les ha hecho ganar, como el “make America great again” de Trump, que ya utilizó Reagan, que trata de utilizar una visión victimista. La diferencia es que mientras la de Estados Unidos trata de advertir sobre su miedo a perder la hegemonía en el mundo, la europea advierte sobre una “cultura europea en mal estado”, una visión individualista y fatalista del progreso de la sociedad, incapaz de asumir los nuevos retos de la inmigración, la globalización, así como la relación con la sensación de algunos grupos de que han sido los perdedores del proceso. El populismo agita ese descontento latente con las intenciones de recuperar lo que se les arrebató, así que se enlaza con el decadentismo, que a su vez evoca una edad de oro idealizada cuando las cosas no eran así y la posibilidad de volver a ella. Se reafirman las conjeturas sobre lo oscuro apelando a un chivo espiatorio, un enemigo, culpable de todos los males. El capital, la inmigración, los musulmanes…

Todo son crisis, espectacularizaciónddel fracaso que se capitaliza en votos.

¿Cómo se va a defender el populismo, si según teóricos como Smitt la política se basa en señalar al adversario, en hacer creer que es indigno votarle, o en la simplificación de los discursos, cuando la política cada vez son más eslóganes simplones, y más aún ahora, cuando populista parece ser el insulto por excelencia al rival político?

Según isaia berlin, hay ciertos rasgos identificativos del populismo. Vallespín los combina con otros. Se resumen en:

  1. Su rasgo fundamental es volver a la comunidad fraternal cohesionada por las transformaciones sociales. La vuelta a la edad de oro idealizada, libre de amenazas y enemigos.
  2. Sociedades modernizándose o amenazadas por otras sociedades que se encuentran en ellas.
  3. Vuelta a un pasado no de sociedad jerárquica, sino más bien de socialismo utópico y enfrentamiento al industrialismo.
  4. Se habla en nombre del pueblo y sus intereses. Se erigen en nombre de los fracasados, los olvidados.
  5. Si el pueblo se encuentra en esa situación es por culpa de alguien, que lo ha provocado. Élites intelectuales o minorías raciales. Especifican quien es el pueblo y el enemigo. Ellos son el buen pueblo, el enemigo, el mal pueblo, son los otros.
  6. Indefinición con respecto a los medios de organización política y organización institucional. Se envuelven en vaguedades fuera de pueblo y élite. Habitualmente, acaban siendo absorbidos por mayorías ideológicas como el nacionalismo, el socialismo o una mezcla de ambas.

Es diferente la forma de entender el populismo según países, porque mientras en Rusia fueron los anarquistas agrícolas, en Latinoamérica fue la forma de hacer política del pueblo de algunos caudillos como Cárdenas o los Perón, y en Europa era el signo de alguna patología que absorbían los movimientos mayores. No fue hasta los 90 que con Berlusconi volvieron los populismos a Europa, donde adquirió importancia la figura del líder, así como una forma diferente de interactuar con el público.

Un mínimo para definirlo, según el autor, es dejar patente la existencia de un pueblo y unas élites, antagónicas, señalar sus diferencias y una visión contraria o diferente de la democracia liberal, apelando a la idea de pueblo, de quien se erige portavoz. De últimas, y según Canovan, a quien da razón el autor, es un movimiento reactivo. Se posicionará en contra de las élites corruptas a favor del pueblo, si considera que la economía es demasiado proteccionista será socializante, por ejemplo. Pero se puede aunar con la derecha nacionalista o con la izquierda revolucionaria. Apela a una autoridad reconocida, a una soberanía popular.

Temen al futuro, y por eso apelan a la cohesión de la comunidad. No se entiende, según Vallespín, pueblo que no sea parte en la contienda política. En este sentido, hay dos diferencias. La diferencia vertical, de élite y pueblo, a la que suele apelar la izquierda; y la horizontal, la de pueblo y parte de ese pueblo que no puede formar parte de él (minorías étnicas, inmigrantes, refugiados…). Muchas veces se mezclan, y se les imputa a las élites cierta protección a grupos minoritarios en desventaja de otros.

Es destacable su anti-pluralismo. Además de rechazar a las élites, en su “nosotros” puede que no se englobe a todo el pueblo o que haya individuos que no vean satisfecho su interés personal en estos pensamientos populistas. Lo que se busca aun así es unir, cohesionar, “mantener la unidad del pueblo”, según dijo Trump. Se convierte así en una sociedad formada por un pueblo verdadero, el que cuenta, de los únicos que vale la voluntad popular; y los otros, un grupo de los que no le interesa.

Buscan además una unificación del odio, un “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Buscan unificar toda la frustración contra ciertos grupos y hacerla fuerte, y, de hecho, Laclau y Mouffe lo entienden como necesario para los populismos, en una escena donde los afectos sustituyen a la racionalidad, donde el líder representa una figura de unión.

Al final, son todo simplificaciones, una forma de acercarse a la gente, que P. Rosanvallon entiende como:

  1. Simplificación sociológica y política. El pueblo es un sujeto evidente, diferente a las élites. Es una masa sana y unificada que se opone a las élites. Una masa sana en oposición a una élite corrupta.
  2. Simplificación procedimental e institucional. El sistema representativo aliena al pueblo y los políticos lo han corrompido. Rechazan además los mandos políticos medios y solo entienden como método de participación los referéndums, los métodos más directos de participación.
  3. Simplificación del mal entendimiento del vínculo social. Según el autor, a una sociedad la cohesiona más su identidad que sus relaciones. Esa identidad estigmatiza a todos los que no forman parte de ella.

Aun siendo un concepto simple, sus causas son muy complejas, así que las explicaciones unidireccionales suelen ser inútiles. Por buscar una recopilación de causas fácil, de nuevo P. Rosanvallon explica que “nace de un desencanto en combinación con la impotencia del pueblo desencantado”. Son posiciones rebeldes y radicales contra el tecnicismo del mundo de la política.

En factores socioeconómicos, la globalización suele ser una causa de bastante acuerdo, pues buscaban la cohesión de una comunidad que creían fracturada. Eso sí, mientras en América Latina se entendían como movimientos modernizadores que miraban al futuro, en Europa siempre anhelaron un pasado idealizado. Son, además, los perdedores de la crisis económica, o al menos se ven como tal, los “perdedores de la globalización”. Se les ha expulsado del mercado de trabajo, de trabajos poco cualificados y manuales, por la internacionalización de la economía y la deslocalización. Se sienten vulnerables por su baja cualificación y escasa educación.

En factores culturales, está el resentimiento ante esta globalización, ya que no se tienen en cuenta los avances sociales, la reducción de la pobreza o las formas de comunicación emergentes gracias a las nuevas tecnologías. Están además las emociones muy a flor de piel, porque este estado genera una incertidumbre, porque las proclamas de progreso en ocasiones han sido sustituidas por predicciones apocalípticas de fin de la historia, se cree que las viejas democracias eran más iguales, cohesionadas y garantistas del orden social y la igualdad. El choque generacional también tiene importancia entre estas causas sociales por el enfrentamiento entre baby boomers y sus hijos, los millennials. La victoria de Trump se explicó por la alegría por el aislacionismo de levantar muros contra extranjeros, contra el feminismo y las causas que la clase trabajadora blanca, potenciales votantes del magnate, entendían como enemigos. Se explicó, según Piketty, Trump no se explica como una reacción a una crisis económica, sino a una de valores que legitima a sus votantes, igual que a Trump, a ser groseros. En el caso del Reino Unido, pese a que la participación millennial es muy baja, apoyaron en mayor medida a los laboristas. Esto produce cierta desconexión de los baby boomers con ellos, ya que la izquierda sería promulticultura, se sintieron abandonados por la izquierda y fueron virando según la edad a posiciones más conservadoras. La explicación de la brecha generacional, de trabajadores blancos, mayores y de escasa formación más proclives a ser atraídos por populismos antiprogresistas con respecto a las posiciones jóvenes, feministas, ecologistas y multiculturales nos la puede dar Murray, según Vallespín, en un abandono de la izquierda tradicional que produce una desconexión o en unas posiciones contrarias a la modernización. Es una inseguridad, según el autor, producida por la disputa de los valores tradicionales, que se puede ver en casos de personas criadas en sociedades patriarcales. Para otros autores, sin embargo, el auge de populismos como Trump puede estar en su habilidad para “construir pueblo” y cohesionar a la comunidad alrededor del término.

El factor político fundamental es la percepción de que la democracia liberal está en crisis, y esto se ve en una “recesión democrática”, un término de un especialista en calidad democrática, Larry Diamond, “desde 2006 se está debilitando el gobierno democrático de todo el mundo”, lo que se ve en las pocas apariciones de nuevas democracias, la vuelta a gobiernos autoritarios en algunas de ellas, la reducción de calidad democrática en países emergentes y la disminución en la gobernanza y calidad democrática de los países democráticos plenamente consolidados. Tesis que, según Vallespín y Bascuñán, son corroboradas por el ranking anual de calidad democrática de The Economist Democracy o en Freedom House. Además, las democracias y las crisis siempre han estado ligadas, por el gobierno de los incapaces de Atenas, por ejemplo, o por dejar aparte a ciertas minorías. Aunque para J. Linz y A. Stepan la democracia está ya consolidada, y como comentábamos al principio no hay otra alternativa viable a la forma de gobernar o gestionar el capital, puede haber fluctuaciones si el pensamiento de la gente empieza a cambiar. Además, una forma de detectar una crisis de las democracias es en la representación. Se viene ablando desde hace tiempo que las personas ya no se ven representadas por los partidos tradicionales. Hay una crisis de intermediación, según Vallespín, conforme los partidos tradicionales pierden presencia y dejan de representar a la sociedad. A lo que en buena forma ha contribuido internet, permitiendo que las personas entre sí resuelvan lo que antes llevaba muchos pasos, que responde a las nuevas necesidades de instantaneidad que tenemos asociadas a las posibilidades que da el desarrollo de las nuevas tecnologías. Rosanvallon propone además que la representación se sustituye por una identificación. En lugar de que el electorado se vea representado por un partido, se ve identificado con su líder, que es quien media y ha desplazado al partido. Los populistas, además, entienden la política como una tecnocracia despolitizada. Vallespín nos plantea una pregunta: ¿Quién decide que debemos hacer, los populistas o los tecnócratas?

Ahondando en que el populismo es acción política, no ideología, podemos entender que surge como reacción lógica de la transformación del espacio y la sociedad. El ejemplo más claro, como ya comentamos, de populismo contemporáneo, fue Berlusconi, empresario de gran éxito con familiaridad con los medios. Antes de ser un personaje político contribuyó a crear sociedad entretenida, que banalizaba las discusiones. Creó así un personaje, que Umberto Eco tuvo a bien definir como “hombre de televisión”. Sin embargo, esta capacidad, por decirlo de forma coloquial, le explotó a Berlusconi en la cara, pues, si bien trataba de hacer al pueblo participe de lo que decía, de darle a entender a ese pueblo entretenido que el representaba su voluntad, según Vallespín, terminó siendo víctima de sus excesos al descubriese que los intereses que él ponía de Estado no eran más que los suyos propios. Según B. Manin, pasamos de una democracia de partidos a una mediática, de audiencia. Según Vallespín, han cambiado los papeles, son los medios quienes ponen un escenario político y lo crean y los partidos quienes se ajustan. Será una tendencia que se rompe con la democracia digital, la aparición de las redes sociales y la pérdida de hegemonía que hasta entonces representaban los medios tradicionales como la televisión. Aunque la campaña de Obama puso de manifiesto la facilidad y universalidad del acceso a internet, no fue hasta las elecciones que ganó Trump y el referéndum del Brexit que se descubrió el potencial de las redes sociales como un elemento al que tener en cuenta en política. Se busca tentar al consumidor, su audiencia, porque si atiende un medio o red desatiende otros. Esto implica que los usuarios van a pasar a centrarse en su propia cámara, en consumir la mediación a la que más sentido den o en la que más confianza tengan, o, en caso de redes sociales, solo a lo que digan amigos o seguidores. Según Habermas, internet puede contribuir a que los ciudadanos se centren en una esfera céntrica en sus intereses y abandonen una pública de intereses universales. De todas formas, la red ha servido para movilizar grandes capas sociales y crear movimientos sociales. ¿Qué sería del #15M sin las redes sociales? Para Vallespín y Bascuñán son fundamentales porque “facilitan la creación de contrapoderes”, porque el descontento, además de trasladarse a la calle mediante las movilizaciones online, sigue vivo en el ciberespacio.

Concluimos que imputar a internet las nuevas polaridades no es correcto, y que su uso polivalente permite mejorar conductas democráticas o no, sin dejar a un lado la utilidad de la radio, la televisión o la prensa.

El problema es cuando los límites entre verdad y ficción se pierden, cuando lo real se confunde con el entretenimiento. Es necesario relacionar lo que hablamos con la posverdad, las noticias falsas que tanto alimentan al populismo, que según el diccionario Oxford sería algo referido a una situación donde son más importantes las emociones que genera que los hechos objetivos de lo que han ocurrido, lo que vemos especialmente en atentados terroristas. De todas formas, según Vallespín, aunque nunca hemos estado tan expuestos a la información, parece que nunca le hemos dado tan poco valor, y, aunque creamos que hay más mentiras que nunca, siempre ha habido “noticias falsas”, que siguen sobreviviendo en la explicación de hechos históricos. Las emociones tan a flor de piel que se comentaban antes, y que los avances neurológicos hayan puesto de manifiesto la casi imposibilidad de separar entre racionalidad y afectos, llevan a ver ciertos aspectos un tanto cómicos, como el “disparo al experto”, la indignación contra alguien que rebate el discurso populista, ante quien se levantan sus seguidores; armado con datos y evidencias empíricas que le dan la razón. Las propias mentiras, que Trump suele utilizar y que en palabras de Vallespín no se rebaja ni a argumentar o discutirse, son sin más mentiras sinceras, la prueba de la mentira es la propia mentira, generando, mediante sus acusaciones, manifiestos públicos o tuits mentiras continuas que crean una atmósfera, que, según un artículo de The New York Times, hace la realidad irrelevante.

Por suerte, la red también puede colaborar en el esclarecimiento de la verdad. Y es que, aunque ciertamente suele ser la base de las noticias falsas, no es menos cierto que en ella son cada vez más populares iniciativas que desmienten discursos, afirmaciones y datos falsos. Una buena conclusión, en palabras de G. Origgi, es que “lo que crea un clima de posverdad no es la información falsa, sino la ausencia de responsabilidad democrática que acompaña hoy a la información

“. Así que de últimas depende del ciudadano y su capacidad de cuestionarse y reflexionar sobre si lo que encuentra y lee es verdadero o falso, si lo difunde y desinforma o no lo difunde.

Es importante cuestionarse que tipos de populismos hay. Si estamos en un periodo de populismos, que hasta ahora solo se consideraban mayoritariamente formas de hacer política en la izquierda, como los Kirchner en Argentina o Evo Morales mediante lo que es el autor nombra “populismo de alta intensidad”, o de paso a una democracia iliberal. Sin embargo, Vallespín y Bascuñán no se centran en un populismo de democracias emergentes, sino en cómo las democracias consolidadas se han deteriorado y han perdido calidad hasta el punto de dejar germinar populismos, fragmentando parte de la constitucionalidad de estos regímenes. Esto se analiza teniendo en cuenta el incremento de votos a populistas en parlamentos, así como el aumento de los escaños que se les asignan, desde 1960. En lo cuantitativo es obvio que ha influido, y también en lo cualitativo, pues el espacio político ha cambiado y se ha desplazado a los partidos tradicionales, cuyas ideologías han contribuido a cambiar, perfilar o incluso radicalizar, como la del Partido Popular en España o los Tories que han asumido el discurso del UKIP. La diferencia es que, muertos los comunistas, los populistas buscan nuevos “otros” ante quienes presentarse como única alternativa, como los inmigrantes o las minorías.

Aunque es importante el papel de los populismos en Francia, por el doble populismo en izquierda y derecha de las últimas elecciones (Lepen y Melenchon), y en Estados Unidos, por la victoria de Trump, por proximidad vamos a centrarnos en España. La aparición de Podemos, ejemplo paradigmático de populismo de izquierdas, en 2014 y sus 5 escaños en el parlamento europeo, a partir de los más de 1000000 de votos obtenidos, descalificó las predicciones sociológicas que, en posiciones muy optimistas, solo les otorgaban 3 escaños. Fue el partido anti-establishment con más apoyo (de no existir al 8% del parlamento europeo) surgido como reacción a la crisis de 2008. Según Vallespín, como algunos análisis afirmados, “lo más interesante que ocurrió en la política española desde la mayoría absoluta socialista de 1982 que eliminó a la UCD del mapa político”. Lo más importante fue la pérdida de 30 puntos de apoyo en el parlamento europeo con respecto a 2009, y sobre todo en el PSOE, cuya crisis casi demostraba una crisis del sistema. Se rompieron los consensos y Errejón, número 2 del partido, lo explicó como una pérdida del bipartidismo, una crisis del sistema que afectó especialmente al PSOE y una reaparición del conflicto catalán mediante el voto especialmente importante a ERC. Según Vallespín y Bascuñán, causa de estos tres puntos no fue tanto el 15M, como muchos analistas siguiendo a Podemos afirmaron, sino la propia aparición del partido en el panorama político, aunque la formación utilizó mucho el movimiento, entendiéndolo como un periodo de transformación política. El 15M fue un movimiento a la luz y amparo de las redes sociales, un movimiento de emergencia, un “movimiento social surgido de internet”, según Castells, de la universidad de California. Sin ellas hubiera surgido, pero fueron necesarias para coordinarlo y como apoyo. Destacan también en paralelo las protestas de Túnez en 2010, la Primavera Árabe, Okkupi, o #SpanishRevolution. Según Vallespín y Bascuñán, la clave del triunfo es la conectividad. Siguiendo con el 15M, base fundamental de Podemos, aglutinó mediante la plataforma Democracia Real Ya a múltiples colectivos en un marco de protesta social mundial bajo lemas como “No nos representan”, o “lo llaman democracia y no lo es”, lo que Vallespín y Bascuñán entienden como una generación 15M que dejó atrás y envejecido el voto a los dos grandes partidos. No obstante, aunque fue joven y creativo tuvo impacto en toda la sociedad. Buena cuenta de ello la da la aparición de colectivos como los Yayoflautas y las posteriores movilizaciones de colectivos pensionistas en 2018. Consiguió hacerse representativo en toda la sociedad porque, aunque la presencia en calles y plazas no fue especialmente numerosa, tuvo una importante cobertura mediática. Esta combinación de medios tradicionales y redes sociales que hicieron a la gente que de forma virtual se enterara de lo que ocurría en plazas, dio algunas claves de cómo actuar a los dirigentes de Podemos, que entendieron que su mayor escenario político eran los medios. Se define perfectamente en palabras de Pablo Iglesias, número 1 de la formación, en una entrevista: La gente no milita en los partidos. La gente milita en la radio que escucha. Uno es de la Cope, uno es de la

Ser, o es de Onda Cero. Uno es de El País, de La Razón, de El Mundo. O es de la Sexta, o es de Telecinco, y digamos que todos ellos son lo más parecido a lo que Gramsci llamaba el «intelectual orgánico». O intervenimos ahí, o estamos muertos políticamente. E intuitivamente creamos al principio, más que un partido político propiamente dicho, un estilo de intervención en los medios, porque tampoco teníamos medios propios”. Se asumió el concepto de transversalidad por el apoyo popular que tuvo, y en un principio quisieron salirse del eje izquierda/derecha, enmarcándose en un “abajo frente a un arriba poco atractivo”, según T. Todorov, un concepto clave de populismo por su, recordemos, origen de enfrentamiento de pueblo contra élites, periferia contra centro, etc. En Podemos esto lo entenderían como una “mayoría popular”, unas ideas de sentido común que apoyaba mucha gente y les abría un nuevo camino de acción política que no debía enmarcarse en el sistema tradicional de posicionamiento ideológico. Entendían que esta transversalidad ni de izquierdas ni de derechas, así como el apoyo popular, no eran más que un síntoma de agotamiento político que no obstante supieron aprovechar pese a que Iglesias lo definía como “Llega el 15M y nosotros vemos el 15M con muchas dudas. Desde el principio decimos que ese movimiento no somos nosotros. El 15M no es la vuelta de la izquierda, no es la venganza de la izquierda. El 15M no son los sindicatos defendiendo los derechos sociales en un contexto de ataques al Estado de bienestar. El 15M es la expresión de la frustración política de las nuevas clases medias que, además, no tiene necesariamente una lectura progresista”. Defendían, en un principio, que Podemos nacía como un ataque a la izquierda que no había entendido nada. Si se posicionaban con ellos, daban a la derecha un campo en el que no podían ganar. No obstante, “en política no importa cómo te definas sino como te vean”, resumiendo a Vallespín y Bascuñán, y las encuestas del CIS otorgaban antes de las legislativas de 2016 una posición de extrema izquierda a Podemos, mucho más a la izquierda del PSOE y algo a la derecha de IU. Se dirigían a las clases medias indignadas, a los indignados del 15M, y en paralelo surgieron las mareas de diferentes colores en defensa de la educación o la sanidad públicas y de calidad o la PAH. No obstante, en las legislativas del 20D, declaraban su afinidad a podemos los privilegiados de corte progresista, de profesiones liberales, y no fueron a buscarlos los más vulnerables de la sociedad. Por resumir, voto urbanita con estudios superiores, según fueron poniendo de manifiesto las encuestas y su implantación en regiones como Cataluña, con identidad diferenciada. Supieron, además, aprovechar su tirón inicial. Además de no situarse, intentaron llegar a ganar, a “asaltar los cielos”, en palabras de Iglesias, sin reivindicar ciertos valores de la izquierda ni la pérdida de la clase obrera. Popularizó un nuevo relato de la crisis anti-establishment como forma de hacer “nueva política”. Configuró así una nueva audiencia creativa, que se nutría de las redes y de los medios de comunicación, así que empezaron a ocupar todo lo digital. Supieron aprovechar su habilidad en el manejo de las redes hasta el punto de capitalizarlo en un resultado visible, conectaron con los jóvenes igual de familiarizados con los usos de las redes sociales. Lo que entienden por hegemonía deriva de los discursos de Laclau y Mouffe, y empiezan a entender la política como “construcción de sentido”, un “momento”, como ellos lo entendieron.

En la actualidad, tiempo después de entender a Podemos como populista, quizá no sea la definición más acertada teniendo en cuenta que para hacer política hay que llegar a consenso, que no es confrontación, y que el Congreso no distribuye escaños de arriba abajo, y que la hegemonía que defendían ya no es un eje vertebrador del movimiento. De últimas, dejó de ser populista por dos causas: su entrada en las instituciones, Congreso y “ayuntamientos del cambio”, y el enfrentamiento abierto en Vistalegre 2 entre pablistas y errejonistas. De últimas, cambió al adscribírseles primero con los tradicionales populismos de izquierda por su importancia en países como Venezuela, por el cambio en la retórica y el relevo de Errejón, así como su destitución. Demostraron además los resultados de las encuestas cuando se dieron a entender cada vez más como izquierda, dejaron de hablar de “la casta”, los de arriba, y pactaron con IU, pacto que actualmente se mantiene.

Se caracterizó entonces por un paso a una nueva izquierda, un cambio desde lo tradicional, la casta, lo transversal, a un activismo para recuperar lo privatizado por la derecha.

Es curioso que mientras la democracia tradicional piensa que es democracia, el populismo piensa que solo él la garantiza. Según Vallespín, estudiar los populismos nos permite cuestionarnos aspectos de la democracia que dábamos por supuestos. Según Canovan, que incorporemos a las masas a la política ha acabado en que queden enredadas en sus instituciones, lo que los populistas definirán como consecuencia de robar el poder al pueblo. En palabras de Vallespín y Bascuñán, no hay otra forma de representar a una población tan grande sin instituciones. Solo busca, según Dahrendorf, simplificar la política enfrentándose a los otros, a lo que no le gusta, y es curioso como hay intelectuales que lo ven como respuesta a la crisis de las democracias, aunque, según Vallespín y Bascuñán, la evidencia ha demostrado que allí donde ha triunfado no solo no ha resuelto problemas, sino que además ha habido regresión social.

Si nos fijamos en su forma de actuar una vez que pese a todos los análisis y pese a que la mayoría de las voces autorizadas creen que no son buenos, tienen tres rasgos que los caracterizan según W. Müller: la apropiación del Estado, el clientelismo y el descrédito de la oposición. Además. Vallespín y Bascuñán añaden otra, la implantación de medidas iliberales, o sea, ignorar el pluralismo.

Como conclusión. Según los autores, ¿cabe alarmarse por las advertencias de medios y políticos de democracias consolidadas, o solo les dan importancia porque por fin han encontrado un adversario? ¿Les convierte esto en populistas? Solo les da vida su discurso emocional, simplón, y su descalificación de “los otros”.

 

Conclusiones y opinión

 

“»Vienen tiempos oscuros», dijo Aitor Esteban. Esa sí es una descripción que se ajusta bastante bien a lo que se viene encima. Habrá deshonor y guerra para todos, y algunos partidos se beneficiarán de ello.”

Íñigo Sáenz de Ugarte, Vienen tiempos oscuros y no todos quedarán decepcionados, eldiario.es 12/12/2018

 

Los casos más flagrantes y recientes de populismo tienen apenas 2 años de antigüedad. El primero fue el Brexit, puesto en duda de nuevo. Posteriormente, la llegada de Donald Trump a la presidencia de estados Unidos. Un tema más de actualidad que nunca que en España debería preocuparnos cuando un partido, de ultraderecha y de corte populista amenaza con empezar a formar parte de la vida política de nuestro país.

Su importancia en Estados Unidos, los Países Bajos, Francia, un lugar muy significativo, o España, nos hace entender que, aunque no deberíamos preocuparnos por su llegada a los gobiernos, sí que empieza a ser preocupante su capacidad de condicionar y encarrilar la política. Es curioso el concepto, pues no es una ideología política como tal. Así, llegamos a intentar explicar el sustantivo, populismo, que no el adjetivo, populista, que se puede aplicar a cualquier político. De últimas, no dejamos de hablar de una forma de hacer política que no es nueva y que ha encontrado en un enfrentamiento de partidos del grupo de poder contra partidos que lo rechazan, más allá de en un eje izquierda derecha, el caldo de cultivo en el que expandirse, una situación en la que los partidos del grupo de poder defienden su postura de “no populistas”. La solución a este auge populista parece pasar por encontrar una solución al declive de nuestras democracias liberales. En contrapartida, los populismos tratan de ofrecer soluciones volviendo al pasado, los Estados, las fronteras, el control de divisas o la vuelta a las monedas nacionales.

Ya hemos conocido lo que son los populismos. De donde vienen, quienes son, a quien representan, donde van, a que aspiran y cuales han sido sus formas de hacer política donde han llegado. Frente a un populismo de derechas, habitualmente reaccionario, xenófobo, homófobo, proteccionista, antifeminista y muy privatizador, se encuentra una izquierda desganada, cuando no populista, que no parece saber hacer frente a lo que se le viene encima, no parece saber cuál es la decisión más racional para tomar y eso poco a poco la aleja de su electorado.

Analizando la victoria de un populismo muy cercano, de Vox en España, no cabe más que entender dónde está la izquierda. Cuando se va a movilizar para recuperar a ese votante obrero tan decepcionado que, en vez de salir a defender a los más cercanos a los suyos, ha preferido hacerles entender que no le representan no haciendo ni siquiera el intento. Ante esta izquierda resignada ha salido la derecha, furiosa y dispuesta a hacer todo por los suyos, cumpliendo la máxima de que cuando la izquierda está en desacuerdo no sale, cuando la derecha está en desacuerdo sale igual para que no gane la izquierda.

Aunque el voto de Vox en Andalucía, una nación dentro de otra que las agrupa y con las que terminaría no ha sido de desencantados de la izquierda, que ni siquiera quisieron votar, ha sido de quienes han decidido dejar de dar credibilidad a los medios, quienes han decidido no contrastar lo que les llega por redes, han decidido dar todo por válido. Por lo general, personas con poca educación y muy permeables a discursos facilones, probablemente con intención de que lleguen a ellos. Depende de la izquierda volver a movilizar a todo su electorado. Todo el que quiso quedarse en casa, por un lado, y el que, aunque sea minoritario, creyó que la extrema derecha populista y su posverdad eran la solución a los problemas que la misma le había vendido. Depende de nosotros pararlo. Somos nosotros quienes tenemos en la mano parar esto o darles las instituciones con las que quieren terminar, para que lo hagan desde dentro. Ante la política del enfrentamiento, del insulto fácil, estamos las personas que creemos en ella como solución a los problemas de la ciudadanía, como ciencia social en la que basar nuestra disciplina de estudio y quienes creemos que, pese a sus déficits, no hay duda de que la democracia y el diálogo está las respuestas. Las personas normales, en definitiva. Las personas corrientes, para quienes ni las feministas, ni el movimiento feminista, ni ecologistas, ni animalistas ni catalanes son el enemigo. De últimas, el votante de Vox no es un fascista convencido, no es alguien a quien combatir. El votante de Vox es tu vecino, padre o compañero de trabajo que ha decidido creerse el bulo que su cuñado Paco ha compartido en Facebook que dice que todos los inmigrantes musulmanes cobran una pensión por serlo, que el año pasado hubo 30 hombres matados por sus esposas y que hablan de “dictadura de género”. Votantes convencidos a base de mentiras de que el feminismo, la ecología y los derechos sociales son progreso, y que no van en su contra. Votantes a quien convencer con datos y estudios empíricos en la mano de que están equivocados y se han dejado manipular. Quizá, de hecho, la mejor forma no sea tratarlos de idiotas, pues esto quitaría la razón a quien les trata de explicar que se equivocan.

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