Mucho se habla de nuestra generación, pero eso sí, poco bueno. Para empezar que si somos millenials. Que no, que son generación z -, decía otro. Para terminar que si narcisistas, aprovechados, vividores, que si no ahorramos, que si el dinero, que gastamos en gilipolleces y que si el postureo, decían más allá. Y todo para hablar de la generación que probablemente más títulos tenga que exhibir y que menos los use porque menos los necesite.
Y es que poco se habla de lo que nos afectaban los juegos de tronos, cámbiense tronos por sillones, que había en los gobiernos en funciones de los años que hicimos bachiller. Poco se habla de lo que les costó decidirlos temarios de nuestra PAU, como serían los exámenes, qué contendrían y lo más importante cuando serían, incógnita que, no es broma, supimos cuatro meses antes. No hay derecho, pero eso da para otro post del pataleo.
Y resulta que tras todas estas incógnitas yo al menos no sabía ni qué quería hacer de mí ni donde. Hasta unos meses antes me planteé Valencia, de hecho. Pero oye, si íbamos a dar el salto, que fuera triple. Y con voltereta. O como surgiera. Que total, si me iba de una ciudad pequeña del interior de Alicante a otro sitio, si en costes estaba parecido, ¿para qué Valencia? A Madrid. Y a Madrid me fui.
Así que el sitio estaba decidido. Decididísimo. Desde hace unos años quería ir a Madrid. Tenía buena fama, ciudad adaptada, los ciegos en Madrid viven bien, muchas oportunidades… ¿Y el periodismo? Innegable que el periodismo y los medios forman parte de todo el mundo, y que si no es en una ciudad grande trabajar en algo relacionado es casi tarea imposible. Convivimos con ellos y forman parte del día a día de la mayoría de los hogares, porque nos dan cuenta de las noticias que ocurren a nuestro alrededor o en puntos muy lejanos. Ahora es cuando tu mente, querido lector, querida lectora; va a pensar que me voy a poner existencialista, que si el cuarto poder, que control a la democracia, a la economía y a los gobiernos… de eso nada. No todavía. No hoy.
El caso es que, como muchos de mis compañeros, el periodismo había formado parte de mi vida. Nada que ver con orígenes, familiares ni nada parecido. ¿O sí? Solo la curiosidad de un niño que quería aprender cosas y las ganas de enseñármelas de un abuelo que no las pudo estudiar. Y es que, y tal como mi compañero Gerard, mi primera relación con el periodismo la recuerdo de él. Recuerdo esas noches en casa de mis abuelos con Carrusel y sus cambios de personal, El Larguero de José Ramón de la Morena… Y todo se relacionaba con la importancia que tuvo la radio desde sus orígenes y la historia de la de mi pueblo, de la que me hablaba largo y tendido con ella, su época proyectando películas en un cine… Oír la radio en casa de mis abuelos, ver como mi abuelo siempre tuvo afición por los debates televisados y estaba atento a la actualidad política y social de España me hizo plantearme que el otro lado de eso existía. Y como tal, que había gente que podía formar parte de él. Que te podían contar las noticias, pero ¿podías contarlas tú también?
Descubrí posteriormente los dobles grados. En un principio, creí como mucha gente que del periodismo no podía vivir. Esto es otro debate que abordar, pero ante la duda me planteé que quizá un doble grado con derecho era la solución. Que, seguro que no había mucha dificultad añadida y que, en nuestra España de la titulitis, tener un papel más que enseñar te puede abrir las puertas de muchos puestos de trabajo. Malo sería que no trabajara, por una o por otra. Pero el problema era que el derecho me llamaba 0. Sin embargo, mi yo de 17 años de 2º de bachiller descubrió que la política le interesaba. Mucho. Que, igual que adoraba leer y escribir, la política era mi nueva afición y algo que también se podía estudiar. Que política no era solo lo que hacían Rajoy, Sánchez o Iglesias, sino que había mucho más allá. Así que ahí fuimos, y con una muy buena nota en la PAU me inscribí en una universidad, a 400 kilómetros de casa, para aunar en una posible salida profesional dos de mis grandes aficiones complementables con una tercera, las nuevas tecnologías, un ¿mal? necesario para el periodismo.
Tras no pocas risas de mi gente cercana, que si has mirado el plan de estudios a ver las asignaturas, cuando te enseñan fraude fiscal o blanqueo de capitales en que curso lo tienes; dos años después puedo decir que decidí bien. Que estudio lo que me gusta. Que espero dedicarme a lo que quiero, que a su vez es lo que me gusta. Que el periodismo, aun planteable diferente, es precioso. Que los medios son todo un mundo que descubrir muy interesante creo que para mucha gente. Que se conocen personas geniales. Que las ciencias políticas lo complementan muchísimo y te enseñan aún más. Que probablemente irme de casa antes de cumplir los 18 y aprender solo es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.
Madrid te atrapa. Y no es broma. Y pasa una cosa con ella, o la amas o la odias. Pero Madrid tiene algo que atrapa. Y ante la morriña que pueda producirme la terreta, me quedo con mi Madrid. Con su metro a reventar en horas punta. Con su gente que no sabe conducir, siempre tiene prisa y parece ciega a la hora de cruzar con el coche semáforos en verde para los peatones. Con todo y con esto, cada día tengo más claro que mi hogar es Madrid. En este plano de o se la adora o se la odia sé en qué lado del cuadrilátero me quedo.