Ayer vivimos un debate poco gratificante. Desde luego, creo que mucha gente esperábamos más. Creímos que los candidatos irían a hacer política y no a pegarse como niños pequeños en el recreo, a ver quien se quedaba con el pedazo de tarta más grande.
Rivera, la caricatura de Rivera
No queda sombra del Rivera que pudo ser. Tampoco del Iglesias que fue, ni desde luego del Casado que todos esperábamos que fuera.
En el debate nos encontramos con un Pedro Sánchez echándose flores como presidente del gobierno que había logrado lo imposible teniendo 84 diputados, que se mostró cordial y dialogante, así como agradecido a Podemos. Un Sánchez a la defensiva, al contrario del perfil bajo y discreto, estrategia fundamental para la campaña electoral, que tuvo que defenderse de envestidas a izquierda y derecha, sobre todo a derecha. La estrategia que siguió fue hablar de los logros conseguidos y ofrecer alguna propuesta, defender sus viernes sociales y dejar claro que si eso es lo que se ha conseguido en minoría, nos imaginemos qué no conseguirían. Mantuvo una imagen reformista, progresista, junto a las mujeres, trabajadores y en menor medida autónomos y ecologistas.
Rivera fue la caricatura de Rivera. Llevó el personaje hasta un punto caricaturesco, haciendo gala de su merchandaising, como una tarjeta sanitaria con una gran bandera de España, garante de una atención sanitaria universal en toda España que no existe, según Ciudadanos. Mentiras mediante, como esta, y apropiaron de frases mediante, como el “su milagro económico está en la cárcel”, dirigido a Casado y apropiado de María Jesús Montero; no mostró propuesta alguna y por el contrario se mostró demasiado agresivo. En parte, lo esperable para, por un lado, contentar al máximo público posible, y por otro, atraer al posible electorado que dude entre los partidos del bloque de la derecha y sobre todo que dude entre Vox o Ciudadanos. Un rivera defensor de las familias de cualquier tipo o de los autónomos, que se quejaba de las peleas entre la vieja izquierda y la vieja derecha y sin embargo tampoco proponía nada claro. A destacar dos momentos lamentables. El primero, el niño Antonio millonario, arruinado con 10 años por haber heredado un bien gravado por impuestos como sucesiones. El segundo, el último minuto del silencio. A Rivera le dolía tanto España que no vio venir que esos silencios del minuto de oro quedaban mejor en su imaginación que en la realidad, con música de fondo.
Casado mantuvo un perfil bajo. Sin duda alguna, Rivera le superó como líder del bloque de derechas. No presentó ninguna propuesta y quedó por detrás de todos los candidatos. Se le pillaron varias mentiras y mantuvo un tono, en ocasiones en las que incluso interpeló directamente a Sánchez con una medio risa, que distaba poco de ser el de una barra de bar. Desde luego, la imagen que se percibió fue la de el típico niño tonto del recreo. Quería decir mucho, probablemente. Impresionar mucho, también. Pero resulta que querer decir mucho y tener mucho que decir son cosas diferentes. Casado se quedó con la primera.
Iglesias fue el más prudente, más comedido y menos polémico del debate. Es probable que no acapare titulares, pero sí nos recuerda al Iglesias original, de 2014, aunque con unas formas más suaves. Si en 2015 defendía la ruptura con el régimen del 78 y una reforma, en 2019 se alza como el único adalid de la Constitución precisamente del 78. Leyó varios artículos y se mostró como el único garante de las protecciones sociales que contenían. Además, apoyó las luchas feministas, de los trabajadores precarios y de los jóvenes ecologistas. Mostró su apoyo al presidente, y reivindicó sus conquistas como la subida del salario mínimo. Sin responder queda una de las preguntas que hizo a Sánchez, y es que seguimos sin saber si, de tener la posibilidad, pactaría con Ciudadanos.
Destacan dos turras especialmente cansinas. Por un lado, Casado, comparándose todo el rato con el PSOE de 1996 y los gobiernos de González. Como si la Gürtel no hubiera existido hasta hace 4 días y en 23 años no evolucionara nuestra situación política, económica y social. Y por otro Iglesias, que citó varias veces la Constitución. Está genial que crean que son los únicos adalides de la Constitución, pero resulta cansino que un candidato esté todo el rato leyendo unos artículos.
El ganador claro fue Iglesias. A un lado del fuego cruzado, manteniendo un perfil bajo y prudente, controlando el debate en todo momento e incluso ejerciendo de moderador. El claro perdedor fue Casado, que tenía la oportunidad de erigirse como el líder del bloque de derechas y no lo consiguió. Si al principio Sánchez parecía muy nervioso, Iglesias tuvo que ejercer de moderador para recordarles que debían ceñirse a las preguntas que les hicieron, lo que demostró su amplia experiencia en debates; para acabar demostrando con su minuto de oro al cierre que quien había controlado el debate, efectivamente, fue él.
Se echó mucho de menos, eso sí, ver como se recaudaría. Nos quedaron claras las políticas de pensiones o de autónomos, pero no la forma de financiarlas.
A la imaginación del espectador queda pensar las alternativas. Hubiera sido muy interesante un debate a 5 con Vox como estaba pensado para Antena 3 y La Sexta, sobre todo con la mala oratoria de Abascal, un tipo que ha dejado claro que la política ni le gusta ni le interesa a no ser que sea para cobrar en puestos públicos a dedo. Queda clarísimo que, en caso de un cara a cara entre Sánchez y Casado, como este último pedía, Sánchez se lo hubiera merendado.
¿Habrán aprendido algo para hoy? Casado tiene la oportunidad de intentar dejar claro que es el líder de la derecha o para afianzar la definitiva caída del PP que auguran las encuestas. ¿Cuál será la estrategia?