Día 47 de confinamiento. O 44. O 46. Ya ni sé. ¿Y qué más dará, digo yo?
Llevaba toda la cuarentena, que ya va durando mas de 40 días, planteándome si escribir algo. ¿Y escribir qué? A veces pensamos que debemos dar nuestra opinión. Como si nuestra opinión fuera algo más que nuestra, y fuera algo más que una opinión. Como si fuera algo que tuviera que destacar en un maremágnum de otras iguales y diferentes. Cuando todos sabemos que no. Como si le importara a alguien, que digo yo.
Pero vaya, que ahí va mi opinión. Por desahogarme o yo que sé ya. Bienvenidos al caos de mi desordenada cabeza. A ver si la ponemos un poco en orden después de esto. Pasen y siéntense todos y todas.
¿Quién pensó que esto iba a ser así?
Recuerdo el último día que fui a la oficina. Al último que vi fue a mi compañero David. Nunca supimos lo certera que fue nuestra despedida, nuestro, entre risas y con los portátiles de la empresa a la espalda “hasta mañana, o hasta que COVID provea”. No lo sabíamos.
Lo siguiente, ya lo sabemos todos. Esa noche se anunció que se cancelaban las clases hasta el 26 de marzo. Que, en la universidad, algo parecido. Que teletrabajo a marchas forzadas. Poco después, que se planeaba un estado de alarma. Que Trump cancelaba los vuelos desde Europa cerrando las fronteras de EE. UU. que se cancelaba mi curso de perro guía en Leader Dog.
La tarde en la que me lo contaron, cogí un tren y viajé a casa de mis padres. ¿Irresponsable? Quizá. Pero no hay que olvidar que nuestra casa es nuestra casa, no donde vamos a estudiar sin mantener una vida fija y realmente estable. Y que el decreto del estado de alarma nos dio la razón a quienes volvíamos a domicilios familiares. Y, de últimas, que mis padres estuvieron en Madrid aquel fin de semana y que había prácticamente las mismas posibilidades de que hubiéramos cogido el COVID todos.
Lo siguiente, ya lo sabéis. Estado de alarma, prórroga, otra prórroga y otra más. Culpabilizar al 8M, críticas, bulos, mentiras y ruido a palazos. Todo ello mirando al dedo y no a la luna. Todo ello señalando a un gobierno obviamente no preparado para una pandemia haciéndolo lo mejor que se puede, que se sabe o que permiten las circunstancias. Guiados por gente posiblemente enferma y al límite de sus capacidades. Todo ello aderezado por falta de empatía a raudales. Buen campo de cultivo para los populismos y los discursos vacíos de contenido y llenos de emociones, capaces de liderar a las masas y convencerlas de que solo ellos convertirán este país, como pollo sin cabeza; en la patria prometida.
Es muy irresponsable. Culpar al 8M. porque entonces de la mano culpamos también al mitin de Vox. Vox populi, precisamente, es que la celebración de ambos eventos fue desafortunada. Y estuve en el 8M pese a las advertencias de mi madre. Y mirándolo con retrospectiva debería haber hecho caso a mi yo interior y no haber ido. Pero no es justo culpar a estos eventos, o solo a estos eventos cuando se estuvieron haciendo partidos de futbol, sesiones de cine, viajábamos acinados en metros, autobuses y trenes y seguíamos yendo a trabajar a centros de trabajo varios y variados. Sin ir más lejos, yo estuve con unos amigos en el teatro unos días antes. Cualquiera que culpe al 8M, o al mitin de Vox, o a ambos, de la expansión de la pandemia en España; y no ponga contexto, está sumándose al populismo barato y al criticar por criticar, que de eso estamos sabiendo mucho estos días. Como si el 8M solo hubiera sido en España.
Hoy escribo. Y escribo porque estoy cansado. Del confinamiento. Del confinamiento ocasionado por un puto bichillo que nos mantiene a todos en casa. Que ya pasarán, nos dicen, nos decimos, como si eso fuera el augurio de un futuro mejor e inmediato que estará a la vuelta de la esquina. Y no es así, porque no es así. Todos lo sabemos. El futuro será incierto. Se nos viene una crisis de proporciones indiacojónicas que nadie supo prever y que poco podremos hacer para pararla más allá de políticas que inviertan en mantener el ciclo de la economía. Del mercado. El comprar, y vender, y comprar, y vender. Políticas que no dejen a nadie (más) en la calle, sin casa, sin comer; sin curro, sin todas las anteriores. Que incentiven el consumo, el movimiento, que sigamos produciendo. Y con un poco de suerte de forma más ordenada e inteligente.
Mantengo mi curro. Mi entorno mantiene su curro, de buenas a primeras. Tenemos una empresa familiar que resiste. Resistió la enorme envestida de la crisis del 2008 y quedó de pie para demostrarnos que 50 años de trabajo incansable de dos generaciones no se vendrían abajo por la quiebra de los enormes. Que los sueños que fueron construyendo no caerían. Y resistieron. Y resistimos. Y 12 años después ahí está para contárnoslo. Ojalá todo el mundo pudiera decir esto. Así que, antes que nada, quiero decir que estoy agradecido. Que no nos ha golpeado a todos igual. Que por suerte no ha muerto nadie cercano a mí. Que por suerte mis abuelos, bastante más vulnerables que nosotros, están bien. Que no vivo en un piso interior, sino que mis padres tienen uno cojonudo con terraza y jardín. Que pude irme a mi casa, con mi familia, aunque no haya podido ir a por mi perro guía. Ya llegará. Que todo sigue su curso, aunque parece que el mundo se haya acostado y se le hayan pegado las sábanas para levantarse. O que tenga una tremenda resaca y no terminen de encajar todas las piezas. Que como, que comemos, que resistimos. Ese nuevo mantra que nos repetimos todos los días a riesgo de volvernos locos nosotros, nuestras cabezas y a lo que damos vueltas dentro de ellas, como una lavadora centrifugando. Una vuelta, y otra, y otra, y otra y otra más… De nuevo, yo que se ya.
Cansado. Este es el post del cansancio. ¿y cansado de qué? De todo. De los aplausos de las ocho. ¿Qué guay, ¿eh? Todos unidos en los balcones, esos improvisados escenarios. Porque debe ser que todo dios tiene que enterarse del que toca la trompeta, del que toca esto o lo de más allá. Y el que no, pues las pelotas, poniendo música muy alta. De buenas a primeras hemos convertido los balcones en redes sociales, en improvisados escenarios y en las cabinas de neófitos DJS dispuestos a ¿amenizar? El confinamiento.
Cansado de aplaudir. De esa cita diaria de las ocho que nos saca a todos a ventanas y balcones, que nos saca de nuestro letargo de sofá, cama, cocina, sofá, cama, cocina, sofá, cama, cocina, escritorio, mesa del salón, ahora me doy un paseo, voy a la terraza, a currar, a estudiar, y sofá, cama, cocina…, cansado del buenismo del de aquí saldremos mejores, de la sociedad solidaria, de las cacerolas de los que piensan que protestando consiguen más que apoyando, de los carteles irrespetuosos, de los bulos que corren por redes sociales, de los especiales en radio y televisión, de los colaboradores por Skype, de mil y un trabajos con deadlines imposibles y con mucho más esfuerzo que la nota que conseguiremos de ellos. Cansado del Resistiré y, lo que es más importante, de resistir.
Resistir. ¿qué curioso, ¿eh? Ese mantra que nos repetimos una y otra vez, una y otra vez, resistir, resistir, resistir, R-E-S-I-S-T-I-R, que nos lo dice ese himno que hemos improvisado, que oímos día a día en la tele, en la radio, en periódicos, en el despertador del vecino y a las ocho, a la hora de los aplausos, de los (putos) aplausos. Resistiré, resistiré…
Pues no, oye. Yo no quiero resistir. No quiero una sociedad mejor. No quiero que esto nos mejore. No quiero que salgamos más concienciados como sociedad. No quiero nada. O sea, si quiero. Si eso llega como efectos colaterales, genial. Pero esto no es genial. Esto no es maravilloso. ¡Ni todo lo contrario! Tampoco es la peor catástrofe vivida, ojalá todos nuestros problemas fueran quedarnos confinados mes y medio en un piso del Siglo XXI con agua, luz, internet, calefacción y comida. Pero tampoco es genial. Si algo quiero de la pandemia es que termine. Ni que nos demuestre como de solidarios somos, ni como de majos, de colaborativos, de ayudantes, lo que podemos aprender o nos reconecte con las lecturas y series pendientes. Perdóname, pero no.
Tampoco quiero que nadie se encuentre consigo mismo. ¿En serio te hizo falta que el mundo se fuera a la mierda para conectar contigo mismo? Eres idiota. E irresponsable. Esto no hace bien a nadie, y hay un problema si has necesitado una pandemia global que te obligue a confinarte para darte cuenta de lo afortunado que eres por salir, por estudiar, por tener amigos, por tener vida social. Por vivir, en definitiva.
Yo no quiero salir de esto siendo mejor. Ni sabiendo un lenguaje de programación nuevo, ni un idioma nuevo, ni habiendo visto 20 series en Netflix. Que no. Que no quiero. Me niego. Que yo de la pandemia de Coronavirus no quiero salir ni más listo, ni más guapo (complicado que nadie salga más guapo de esto) ni más productivo. ¡que no! De la pandemia quiero que termine. Y ver a mi gente. Vernos. Y salir. Y hacer todo lo que hacíamos en la era previrus. Y abrazarnos. Y besarnos. Y meternos 200 en un vagón de metro donde no cabemos. Y hacer cola 10 en un bar a tomar una ración de bravas y una de oreja en una mesa donde entramos 5. Eso echo de menos. Que me moleste esperar al bus después del trabajo, de camino a casa. Que me moleste el cigarro del de al lado en la parada de ese mismo bus. El café asqueroso, cada año más asqueroso y ligeramente más caro, de la URJC. El idioma, los libros pendientes, las series se pueden esperar. Donde esté mi gente, donde esté recuperar el tiempo perdido, que se quite todo lo demás. Que no cuenten conmigo, vaya.
No es odio. Más bien todo lo contrario. No es ninguna burla, ni ninguna mirada por encima del hombro pensando que soy mejor que nadie. Todo lo contrario. Porque no. Porque no lo soy. Escribo por desahogarme. Escribo como una suerte de oda a lo afortunados que éramos. A la vida que teníamos. A lo bien que estábamos. Y como recordatorio de que uno no se debe acordar de Santa Barbara cuando truena, vaya; que debe valorar lo que tiene en el aquí, en el ahora, e intentar mantenerlo y mejorarlo a futuro. Presumo de lo estoico que suelo ser y aquí no iba a ser menos. Pero una cosa es la estoicidad, y otra muy diferente es soportar la situación. Y la llevo bien, ojo. Qué será de todas aquellas personas que no la lleven tan bien.
Si todo va bien, si aligerar las restricciones de las salidas de los niños y posteriormente de mayores no es contraproducente, empezaremos a desconfinarnos pronto. Esto terminará y dará paso a una nueva normalidad. Veremos como permean las nuevas costumbres del teletrabajo y la teledocencia. Veremos como son los nuevos procesos productivos en las profesiones que (nos) lo permiten. Y escribiremos (mucho) sobre ello. Y filosofaremos.
No quería despedirme sin antes dar muchos ánimos, besos y abrazos a aquellos que habéis perdido a seres queridos durante esta pandemia, o a quienes no podéis ver a vuestras parejas, familias, abuelos, amigos. Porque pasará. Y nos volveremos a ver. Y esto solo será un mal sueño del que habremos despertado y que no querremos volver a tener jamás. Mi más sentido pésame a aquellas personas que hayáis sufrido muertes cercanas.
Solo queda esperar. Y resistir. Paciencia, que saldremos. Esto es el sprint final. ¡A por ello, y a por todas! Nos vemos por ahí. Y nos abrazaremos. Y nos besaremos.
¡Ah, y a ver si nos quitamos lo de los dos besos a cualquier desconocido!
Ánimo, chicos, chicas; que saldremos. Estoy convencido. Todos deberíamos estarlo. Convencidos y concienciados de que sí, saldremos. Pero no a cualquier precio. Concienciados de que esto requiere un esfuerzo y debemos hacerlo y ser consecuentes.